viernes, 22 de abril de 2016

¿UN SUEÑO?



Laura se despertó sobresaltada por el ruido insoportable del viejo despertador heredado de su abuela. Un viejo cacharro con una gran esfera blanca, ahora amarillenta, grandes números negros, y dos campanas metálicas sobre un gran anillo plateado que remimbraban de tal manera que podían saltarte los tímpanos. Le dio un manotazo  con tal furia que lo mandó al otro lado de la habitación. El despertador cesó en su intento de dejar sorda de por vida a la joven durmiente.

Laura volvió a su postura anterior, se arropó y siguió durmiendo, no  por mucho rato, pues después de cinco minutos alguien aporreó su puerta:
_Laura, si no te levantas ahora mismo vas a volver a llegar tarde!
Laura abrió los ojos, se tapó la cabeza con la sábana y volvió a dormirse.
Media hora después Teresa, su hermana menor, entró como un huracán en el dormitorio:
-Laura! Te has vuelto a quedar dormida! Son las nueve!
Laura dió un salto y se puso de pie en un santiamén, se vistió a toda prisa, recogió sus libros y salió corriendo de casa sin desayunar y sin peinarse. Llevaba el pelo tan revuelto que más bien parecía  que hubiera metido la cabeza en la centrifugadora, pero ella iba tan deprisa y apurada que no se fijó en que todo el mundo le miraba con cara de sorpresa e intriga. Seguro que se preguntaban de dónde había salido un ser tan extraño.

 Llegó al instituto. No había  nadie en el jol ni en los pasillos. “Vaya-pensó- me van a echar la bronca otra vez”. Abrió la puerta de clase pero se encontró con  el aula  vacía.
“¿me habré equivocado de clase? No, esta es mi clase. ¿dónde se ha metido todo el mundo?”.
 Se quedó sentada en su sitio, la segunda mesa de la fila de en medio, y decidió esperar  estrujándose el cerebro para intentar adivinar por qué no había nadie en la clase.
No se le ocurrió nada. Salió al pasillo, se asomó al interior de las demás aulas para ver si estaban los demás alumnos, pero nada. No había nadie en las demás aulas, ni en el instituto. El instituto estaba  vacío, pero estaba abierto. No puede ser, algo tenía que haber pasado.

Salió de nuevo a la calle y todo transcurría como siempre, la gente paseaba, iba a la compra, algunos hacían footing, la panadería estaba abierta y con gente comprando el pan, la cafetería tenía el mismo bullicio de todas las mañanas. Y ¿entonces? ¿Por qué nadie había ido a clase?
De pronto se dio cuenta que no había muchachos y muchachas de su edad por la calle, ni niños. Claro que era la hora de estar en clase y a esa hora cualquier día normal tampoco estarían en la calle, estarían en el colegio o en el instituto.

Y¿ por qué la miraba todo el mundo como si fuera un bicho raro? Ah! Claro! Se le había olvidado peinarse, seguro que estaba hecha un adefesio.
Se atusó el pelo, y se lo recogió en una coleta. Caminó por la calle en busca de algo que le diera una pista sobre lo que estaba sucediendo. No encontró nada que le sirviera. Nada!, todo como siempre.
Miró a través de un escaparate como una señora se estaba comprando unos zapatos. Unos bonitos zapatos, uno rojo y otro azul. Iguales, pero cada uno de un color. Con unos tacones de vértigo y cerrados con una pulsera en el tobillo. Le gustaban esos zapatos, ojalá su madre le dejara ponerse tacones, pero le repetía una y otra vez, cuando ella le pedía comprarse unos, que esos tacones son perjudiciales para la columna sobre todo cuando se está creciendo.

Ya se iba a marchar cuando vio su imagen reflejada en el cristal del escaparate. Desde luego tenía un aspecto lamentable. Se observó de arriba abajo y horrorizada descubrió porqué habían desaparecidos sus compañeros: Llevaba los dos zapatos del mismo color! Al vestirse tan deprisa no se había dado cuenta y se había puesto los zapatos del mismo color.

Volvió a casa lo más deprisa que pudo, subió a su habitación ante la mirada de extrañeza de su madre y se cambió uno de los zapatos. Salió corriendo, llegó al instituto, entró con el corazón latiéndole tan fuerte que podía oírle. Los pasillos estaban vacíos. Abrió la puerta de su aula y allí estaba Don Miguel, el profesor de historia del arte, que se giró al oír abrirse la puerta, se bajó las gafas para poder verla mejor, y con cara de resignación la invitó a entrar:
-Adelante, señorita Laura, hoy sólo ha llegado media hora tarde.



LLÉNAME DE TI

Estoy sedienta de sentimientos, de mis dedos salen palabras abortadas. Mi cuerpo sufre las llagas de la sequía. Mi alma se encoge y ...