martes, 17 de octubre de 2017

LA BRUJA


Ángela era una de las mujeres más bonitas, voluptuosas y sensuales que había conocido en su vida. Nada más verla se quedó prendado, deseó su cuerpo y sus rojos labios carnosos. No podía dejar de imaginarse tocando su piel,  mordiendo sus labios, perdiéndose en sus pechos, grandes,y firmes como rocas.
No comía, había perdido el interés por todo, su mente se extraviaba en desvaríos sexuales, depravados. Soñaba con sus muslos marmóleos, con sus caderas ondulantes y se veía a sí mismo propietario de ese cuerpo perfecto.
 Ángela, aparte de espectacular físicamente lo era también intelectualmente, una mujer culta, algo nada corriente en su época, se interesaba por la filosofía, la literatura y las matemáticas. 
Se ganaba la vida como camarera en una taberna de mala muerte, dónde la había llevado el destino después de quedarse viuda de un conde tarambana que lo había perdido todo jugando a los naipes. Hasta la vida perdió por negarse a reconocer que hacía trampas. Como a Ángela no le agradaba nada el ambiente encorsetado de la nobleza decidió abrirse camino libremente y abandonó todo lo que de azul había en su mundo. 
No le fue tan bien como hubiera deseado pero al menos era propietaria de su propia vida y aunque tenía que quitarse a los borrachos a patadas le compensaba la libertad que le proporcionaba no tener que depender de un hombre para sobrevivir.
Hilario, fortachón y analfabeto, como todos los del pueblo, bebía los vientos por Ángela, acudía todos los días a la taberna, sus ojos lascivos provocaban en ella unos escalofríos que la recorrían todas las carnes de su cuerpo, por lo que procuraba no acercarse mucho a esas manazas curtidas y negras de suciedad acumulada. Eso le exasperaba a Hilario porque no comprendía que un hombre, todo un verdadero compendio de músculos, no pudiera llamar la atención de la bella Ángela. 
Cobarde por naturaleza, sobre todo ante las mujeres seguras y bellas, un día decidió esperarla en uno de los callejones por los que ella pasaba para ir a su casa. Y cuan asaltante de caminos se lanzó sobre ella espetándole palabras soeces que él consideraba piropos. Intentó besarla, pero ella consiguió zafarse. De algo le había servido su entrenamiento entre borrachos ávidos de sus besos. 
Hilario se quedó confundido y abatido. Como no podía quitarse de la cabeza aquellas caderas, aquellos labios, aquellos senos, aquel aroma, decidió que había sido embrujado. Aquella mujer debía de haber empleado sus malas artes para tenerle en aquel estado, porque un hombre como él, un macho en toda regla, no podía estar sufriendo de esa manera y menos aún ser rechazado por una hembra. 
Así andaba el aprendiz de asno, descabalado y aturdido cuando un buen día acertó a pasar por el pueblo  el Tribunal la Santa Inquisición, que con carácter itinerante pasaba por los pueblos para investigar a los lugareños y combatir la herejía. 
Hilario estaba tan dolido con la bella Ángela que quiso vengarse del rechazo que sufrió su orgullo y sobre todo su entrepierna y fue a ver al alguacil al que contó confidencialmente que él sabía de una bruja que se había instalado hacía poco tiempo en el pueblo. Había aparecido por arte de magia, porque nadie sabía de dónde había salido ya que nadie le conocía parentesco ni procedencia y que a él le había echado un conjuro maléfico que le estaba volviendo loco. Le había sorbido el seso y no lograba concentrarse en su trabajo, algo que le iba a llevar a la ruina como continuara con ese mal.
Ángela fue detenida por la Santa Inquisición, registraron su casa, en la que encontraron lectura de todo tipo: historia, filosofía, libros de caballería, incluso unos pliegos de papel con números que nadie entendió (cosa de brujas). Por esta causa se le acusó de brujería  y por tener a los hombres embobados con sus hechicerías. Se le hizo un juicio sumarísimo al que asistieron todos los habitantes del pueblo. Nadie osó decir una palabra a su favor, todos callaron, no siendo que les tomaran a ellos por brujos también. Fue condenada y al día siguiente quemada en la hoguera.
Hilario se desprendió de su embrujo, porque ahora que no había cuerpo ya no había nada que desear, y él lo achacó a que el poder satánico de la bruja se había esfumado con su cremación. 

LLÉNAME DE TI

Estoy sedienta de sentimientos, de mis dedos salen palabras abortadas. Mi cuerpo sufre las llagas de la sequía. Mi alma se encoge y ...