Llevaban seis meses saliendo y
hasta ahora no se había atrevido a dar el paso. Tenía un miedo terrible a
enseñar ese cuerpo suyo, tan magullado ya, tan lleno de heridas y cicatrices
que la vida le había ido tatuando, tenía verdadero pavor a ser rechazada
justo en el momento que todo aquel mapa de vida quedara al descubierto.
Adoraba a ese hombre, lo amaba
por encima de todo y no podía continuar eludiendo el deseo que los dos sentían,
por eso cuando él le propuso pasar la noche juntos, ella aceptó. Aceptó con el mismo nerviosismo con que lo haría una
quinceañera que sabe que esa noche va a perder la virginidad.
Sin nada que se
interpusiera entre la piel de ella y la de él, todo su cuerpo tembló de deseo y
miedo. Entonces se dio cuenta de que el
cuerpo de él también contaba una historia marcada de cicatrices labradas por dolor,
el sufrimiento, las alegrías, por la vida.