No tenía miedo, sólo tenía en su
mente la imagen de Irene sonriéndole desde aquel barco. La última imagen. La
última sonrisa.
Podía oír el castañeo de los
dientes del hombre que tenía al lado. Le había conocido hacía dos días. Cuando
le subieron al camión el ya estaba allí. Tendría unos treinta y cinco años,
con la cara surcada de arrugas y la piel quemada por el sol. Se habían mirado
con esa mirada cómplice de los que saben que van a morir. Y ahora estaban ahí,
uno al lado del otro, junto a la valla del cementerio, esperando que elpelotón de fusilamiento pusiera fin a sus vidas.
Pero Marcos ya no tenía miedo,
porque Irene le acompañaría en su último aliento. Grabada su imagen en la
retina le acompañaría al lugar que la vida tenía reservado a los muertos.