lunes, 6 de marzo de 2017

CUENTOS DE LA MURALLA V. Soledad

fotografía: Oscar Muñoz Carrera

Disfrutaba paseando por los bosques, en el silencio de su cuarto, entre el bullicio de gente escandalosa que reía sin sentido y que  hablaba con palabras vacías, en las estaciones de tren, donde la gente espera en silencio, en los geriátricos donde los viejos aguardan la hora de su partida.  ¡Había disfrutado tanto! La gustaba recorrer los viejos pasillos de los psiquiátricos, donde se deleitaba con las miradas extraviadas de los pacientes, se les acercaba y les acariciaba el rostro como una madre acaricia al hijo al que ama. Pero no había nada más placentero que refugiarse en los enamorados rotos por el desamor.
La gustaba ir a sentarse en el banco corrido que bordea el Paseo del Rastro, frente a la muralla y observar a los viejos que tomaban los últimos rayos de sol del otoño. Aunque le molestaba la escandalosa algarabía de los niños subiendo las afiladas piedras que hacían de cimientos del imponente monumento, podía suportarlo porque era mayor su satisfacción observar a las personas solitarias que caminaban a ningún lugar, con la mirada perdida en viejos recuerdos.
Poco imaginaba que todo lo que había sido hasta ahora dejaría de ser, todo en lo que se había deleitado desaparecería.
Esa misma tarde mientras se regodeaba en la soledad de los ancianos, sintió como una ráfaga parecida a un relámpago sacudía todo su ser, no pudo dejar de mirar a quien lo había provocado, un muchacho de tez morena, ojos verdes y cabellos negros azabache cargando con  mochila y auriculares. Caminaba alegre, siguiendo, sin saberlo y sutilmente el ritmo de la melodía que salía de sus “cascos”.
Desde ese día  empezó a enfermar de una dolencia rara que ella no conocía, ya no sentía satisfacción con ver  a los viejos refugiarse en su soledad, ni disfrutaba recorriendo los pasillos de los geriátricos, ni en las salas de espera de las estaciones, sólo pensaba en el muchacho que había visto pasar por el paseo del Rastro y que había cruzado una leve mirada con la suya.
Desde entonces Soledad empezó a morir poco a poco. El su existencia ya no tenía sentido.


LLÉNAME DE TI

Estoy sedienta de sentimientos, de mis dedos salen palabras abortadas. Mi cuerpo sufre las llagas de la sequía. Mi alma se encoge y ...