[fotografia: Oscar Muñoz Carrera] |
Los últimos rayos de sol se abrían paso a través de las
almenas de la vieja muralla.
No quería irse, deseaba continuar observándoles un ratito
más.
Había despertado con la apremiante necesidad de saciar esa
curiosidad con la que se asomaba todas las mañana por saber que le depararía al
mundo.
Pero esa mañana era especial, por lo que miró aún con más
atención lo que ocurría en la vieja ciudad.
Dos almas se iban a cruzar. La palabra había construido un
puente entre sus mundos. Los portadores de esas almas se encontrarían
por primera vez.
Expectante no les había quitado el ojo de encima. Risas,
confidencias, a veces caras serias, como si estuviesen diciéndose algo
importante. Helios no podía oírles, demasiado lejos, pero podía ver sus
rostros, llenos de ilusión y cierta timidez.
No quería irse sin descubrir qué les depararía.
Y ahora, mientras los últimos rayos les acariciaban, sus manos se buscaron,
se rozaron y antes de que sus dedos se abrazaran, el gran dios expiró.